Artículo publicado en la Voz del Interior, 12 de junio, 2005.
Es imposible pensar en la sociedad colonial sin la presencia de los negros. Estuvieron
ligados a los hogares más que a los campos, y figuraban en los documentos como “los
familiares”. Viajeros de distintas épocas dejaron testimonio del buen trato que se les
daba en Córdoba y en Mendoza, “donde morían atendidos como si fueran miembros de
la familia”, dice uno de ellos, y otro aclara: “Los que son crueles con sus esclavos son
mal vistos en esta sociedad”.
Quizá venga a cuento lo de los esclavos de los Reynafé, quienes, cuando se remataron
sus bienes, se compraron a sí mismos para regresar con la familia.
Fueron presencia constante en los “conventillos”, recibiendo allí, en las malas épocas,
asilo, comida y el aprendizaje de un oficio.
Eran alegres, dicharacheros, buenos reposteros, mejores músicos, excelentes luthiers,
dedicados pintores y tallistas. Algunos fueron enterrados dentro de nuestros templos,
lugar reservado a los hidalgos. Dejaron su sangre en la guerra de la Independencia y
durante los enfrentamientos civiles, el General Paz se lamentó que no se les
concedieran, por prejuicio, grados superiores en el ejército.
Leyendo testamentos y otros documentos, donde participan de legados y pensiones
vitalicias, a través de las palabras de sus amos y de las de ellos mismos, formé el mundo
de los esclavos o pardos de mis novelas
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