domingo, 13 de noviembre de 2011

ENTRAÑABLE PRESENCIA

Artículo publicado en la Voz del Interior, 12 de junio, 2005.

Es imposible pensar en la sociedad colonial sin la presencia de los negros. Estuvieron
ligados a los hogares más que a los campos, y figuraban en los documentos como “los
familiares”. Viajeros de distintas épocas dejaron testimonio del buen trato que se les
daba en Córdoba y en Mendoza, “donde morían atendidos como si fueran miembros de
la familia”, dice uno de ellos, y otro aclara: “Los que son crueles con sus esclavos son
mal vistos en esta sociedad”.
Quizá venga a cuento lo de los esclavos de los Reynafé, quienes, cuando se remataron
sus bienes, se compraron a sí mismos para regresar con la familia.
Fueron presencia constante en los “conventillos”, recibiendo allí, en las malas épocas,
asilo, comida y el aprendizaje de un oficio.
Eran alegres, dicharacheros, buenos reposteros, mejores músicos, excelentes luthiers,
dedicados pintores y tallistas. Algunos fueron enterrados dentro de nuestros templos,
lugar reservado a los hidalgos. Dejaron su sangre en la guerra de la Independencia y
durante los enfrentamientos civiles, el General Paz se lamentó que no se les
concedieran, por prejuicio, grados superiores en el ejército.
Leyendo testamentos y otros documentos, donde participan de legados y pensiones
vitalicias, a través de las palabras de sus amos y de las de ellos mismos, formé el mundo
de los esclavos o pardos de mis novelas

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