martes, 4 de octubre de 2011

Cartas para Annie (2ª parte)

11 de setiembre de 1987.
    Mi querida señorita Finnegan:
    Antes de cualquier disquisición, le pido humildemente disculpas por anteponer el calificativo "querida" antes de su apellido. No lo tome como una audacia de mi parte, por lo que mas quiera: es que los hombres de estas tierras adolecemos del pecado de la osadía, como alguna vez lo demostraran el almirante Bouchard, el comandante Espora, Justo Suárez, Rugilo y otros criollos que pululaban por nuestras pampas. Pero es que su respuesta a mi carta ha iluminado mi vida. No puede usted imaginar la exaltación que hizo presa de mí cuando mi madre me trajo su sobre con el matasellos británico. Le confieso que el paso de los días se había convertido en un suplicio ya que veía desvanecerse mis esperanzas. Llegué a pensar que un argentino, señorita Finnegan, no era de la suficiente estatura intelectual como para entablar una relación postal con una súbdita inglesa, acostumbrada a codearse con ciudadanos de las primeras potencias mundiales. Yo sé que suena un tanto dramático, señorita Finnegan, pero hay otro dato que me angustió durante toda la espera, y es el referido al consabido y prolongado conflicto por las islas Malvinas, o Falklands, que se antepone entre nosotros como una muralla de incomprensión. Por todo esto, el haber recibido su carta esta mañana me ha inundado de una emoción difícilmente transmitible y bajo este impacto emotivo es que me atreví anteponer ese ingenuo pero genuino "querida" a su apellido. Sin embargo, pese a la distancia física, pese al océano que nos separa, ¿o nos une?, le aseguro que su presencia espiritual durante la tensa espera fue constante junto a mí.
    Vivo en un barrio de Rosario llamado Saladillo. Este barrio, señorita Finnegan, fue originario asentamiento de empleados ingleses del ferrocarril; por lo tanto aún quedan, como testigos de aquella época maravillosa, viejos y señoriales edificios de estilo británico, que me la recuerdan a usted constantemente desde sus muros descascarados, paredes cochambrosas, tapias desconchadas y sus castigados techos de zinc. Pero, además, y esto ya parece una confabulación del destino, cerca de mi casa se levanta el frigorífico Swift, de reconocidos capitales ingleses, y todo el aire que se respira en Saladillo esta impregnado del perfume que de allí emana. Y es como estar percibiendo su lavanda, señorita Finnegan, y perdone lo sensorial de mi tono.
    Me ha conmovido, además, el relato suyo sobre su servidumbre hispana y su maravilloso espíritu solidario de aprender el idioma. Esa grandeza hizo colosal su imperio, señorita Finnegan. Me agradaría que me contase más del tema, si no es avanzar demasiado sobre la intimidad de su casa.
    Antes de despedirme, con dolor, le solicito dos cosas, y espero que no lo tome a mal: ¿podría envirame alguna foto suya, alguna foto que le sobre, que le haya salido movida o muy oscura? Se convertiría para mí en un verdadero tesoro. Y otra cosa: ¿puedo llamarla Margery?
    Suyo,
    Lamberto.


2 de Noviembre de 1987.
    Amigo Lamberto:
    Como verá, yo también me he tomado el atrevimiento de pasar al tratamiento de "amigo", en lugar del impersonal "estimado". Es que, aunque a los súbditos de las corona nos cuesta admitir desequilibrios emocionales, le confieso que yo también aguardo con particular anhelo la llegada de sus líneas, siempre interesantes. Le aseguro que mi demora en contestar no obedece a ningun sentimiento que yo pueda albergar en desmedro de los latinos u otras sub-razas. Después de todo, no es usted un bosquimano o un malayo. Por otra parte, le aseguro que desconocía por completo la existencia de un conflicto en torno a las islas denominadas "Malvinas" o "Falklands". Es mas, ignoraba la existencia de las islas mismas ya que contemplar el mapa más abajo de la línea del ecuador me produce vértigo.
    Le juro, Lamberto, que estoy estudiando con detención el mapamundi en procura de detectar la ubicación de su país. No me resulta fácil --poco propensa, como soy, a la cartografía-- dilucidar donde se halla la Argentina entre tanta línea de puntos, ríos y elevaciones. Pero ya he señalado Guyana y Venezuela. ¿Es Argentina una superficie triangular, verde clarita? Me complacería me lo confirme. Con respecto a la servidora española, no tuvimos mas remedio que despedirla ya que nos destruyó gran parte de la vajilla al meterla dentro de la cortadora de cesped con la sana intención de lavarla. El problema es que ella aduce no entender nuestro deficiente español y no se ha dado por enterada del despido. Se ha encerrado en el sótano y clama por su embajador. No es la primera desilusión que me llevo con gente no sajon, amigo Lamberto, pero espero que sea la última.
    Cavile mucho sobre su pedido de una foto mía. No soy del tipo de mujer que acostumbra a darse con facilidad, pero intuyo en usted un ser humano sensible y cuidadoso con las fotografías. Disculpe si, al arrancarla del álbum familiar, quedó adherido en el reverso un trozo de una foto de mi perro Excalibur sobre su cojín favorito. Hubiese preferido que nuestras fisonomias quedasen en el anonimato, ya que ello agudiza la imaginación y otorga un halo de misterio siempre beneficioso a una amistad, pero entiendo que un hombre desee conocer a su interlocutora. A la recíproca, también me veo movida por la curiosidad a solicitarle alguna foto a usted, ya que ignoro cuál puede ser el aspecto de alguien que viva en zonas tan alejadas.
    Con respecto a la franquicia de llamarme Margery, déjeme pensarlo. Primero, porque no me gusta nada cuando las cosas se hacen de forma tan precipitada. Y segundo, porque Margery no es mi nombre. Si se fija bien en el sobre, observará que se trata del nombre de la calle, 17th Margery Street. Mi nombre es Annie.
    Esperando su próxima carta, lo saluda,
    Miss Finnegan.

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